Aquella mañana del 6 de diciembre de 1978 yo me puse mi camisa azul de Falange para ir a depositar mi voto en una mesa electoral en la que estaba de presidente, mi querido padre. Hace ya muchos años de eso, yo tenía veinte años, pero recuerdo las miradas circundantes cuando las personas cercanas me escucharon decir, «toma mi NO, papá» Todavía en esos años se podía uno poner la camisa azul sin altercados dignos de mención. Éramos, y seguimos siendo, mitad monjes y mitad soldados y siempre que teníamos ocasión nos vestíamos con nuestro querido «hábito color mahón». Otros tiempos y unos recuerdos que perduran en el alma toda la vida.
Yo voté «NO» a la constitución por una fuerte convicción de que aprobar ese panfleto nos conduciría a la destrucción de España, y no me he equivocado mucho. La trampa de proponer, abriendo la caja de los truenos, el desmontaje de la obra del generalísimo Franco era algo que toda la chusma traidora se había propuesto tras los pasos de la llamada «apertura» y la legalización de partidos y asociaciones políticas, consistía en el desguace de la patria.
Voté no porque en la España de Franco funcionaban perfectamente los resortes del estado y los contrapesos del mismo estaban perfectamente diseñados para crear una sociedad libre, atareada y prospera. El gobierno de Franco nunca fue una dictadura, fue un estado totalitario que condujo a nuestra nación en el proyecto real de convertirse en una potencia industrial y en la envidia del mundo occidental.
Esta constitución basada y diseñada por la jauría de los partidos políticos de izquierdas y derechas y en la ruptura de la unidad nacional, nos han traído a una situación que nos coloca al borde del desastre y de la fragmentación con ese terrorífico pacto mentiroso y separador de las autonomías que han enfrentado a las provincias y que hoy en día está gestando la independencia de Cataluña y Vascongadas y no deja la menor duda de que este «cáncer» se extenderá a otras muchas provincias. La Constitución autorizó la creación de otro Frente Popular legalizando a unos perros rabiosos que como nauseabundos cobardes esperaban la muerte del general.
Sabíamos muchos de la traición del rey y de su desvergüenza y también sabíamos de los muchos traidores que mancillaron nuestra camisa azul y escupieron en los principios del Movimiento Nacional. Nuestro voto negativo era el grito y la advertencia de que los enemigos de España habían legislado una sibilina operación de muerte y dentro de un simulacro diabólico nos ponían delante de nuestras narices unos «papelitos» para que certificáramos esta muerte que era el principio de la nuestra como futuro.
Yo voté «NO» y lo hice como español y falangista, con la profunda certeza de que ese voto necesario tendría poco valor numérico, pero que sería enormemente importante y grande dentro del concepto moral que me enseñaron y que formará parte de mí hasta que me vaya a los luceros.
Voté no porque en la España de Franco funcionaban perfectamente los resortes del estado y los contrapesos del mismo estaban perfectamente diseñados para crear una sociedad libre, atareada y prospera. El gobierno de Franco nunca fue una dictadura, fue un estado totalitario que condujo a nuestra nación en el proyecto real de convertirse en una potencia industrial y en la envidia del mundo occidental.
Esta constitución basada y diseñada por la jauría de los partidos políticos de izquierdas y derechas y en la ruptura de la unidad nacional, nos han traído a una situación que nos coloca al borde del desastre y de la fragmentación con ese terrorífico pacto mentiroso y separador de las autonomías que han enfrentado a las provincias y que hoy en día está gestando la independencia de Cataluña y Vascongadas y no deja la menor duda de que este «cáncer» se extenderá a otras muchas provincias. La Constitución autorizó la creación de otro Frente Popular legalizando a unos perros rabiosos que como nauseabundos cobardes esperaban la muerte del general.
Sabíamos muchos de la traición del rey y de su desvergüenza y también sabíamos de los muchos traidores que mancillaron nuestra camisa azul y escupieron en los principios del Movimiento Nacional. Nuestro voto negativo era el grito y la advertencia de que los enemigos de España habían legislado una sibilina operación de muerte y dentro de un simulacro diabólico nos ponían delante de nuestras narices unos «papelitos» para que certificáramos esta muerte que era el principio de la nuestra como futuro.
Yo voté «NO» y lo hice como español y falangista, con la profunda certeza de que ese voto necesario tendría poco valor numérico, pero que sería enormemente importante y grande dentro del concepto moral que me enseñaron y que formará parte de mí hasta que me vaya a los luceros.