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Su ideología se caracterizó por un conservadurismo elitista y una crítica abierta a la democracia liberal, lo que lo llevó a mantener una postura que fue calificada por algunos detractores como de «inmovilista» frente a los cambios políticos de la Transición Española. Cietaente él no se consideraba «inmovilista». Votó a favor de la Ley de Reforma Política, que es la que reintrodujo la democracia de partidos en España. Su idea era una constitución nueva, pero una constitución razonable, al estilo de la francesa. Naturalmente se opuso a la de 1978, pero no por democrática, sino por «taifista» y partitocrática. Fernández de la Mora anticipó muchos de los desastres actuales que nos acucian. Votó incluso en contra de la Constitución de 1978, junto a Alberto Jarabo Payá, José Martínez Emperador, Pedro de Mendizábal y Uriarte y Federico Silva Muñoz, todos de Alianza Popular, y uno de Euskadiko Ezkerra, Francisco Letamendía Belzunce, que también votó en contra.
Además de su actividad política, Fernández de la Mora fue un prolífico escritor. Su obra más reconocida, «El crepúsculo de las ideologías» (1965), argumentaba que las ideologías políticas se habían vuelto obsoletas, promoviendo un enfoque más técnico y racionalista en la gestión del Estado. Fue también autor de «La partitocracia«, un ensayo crítico sobre el sistema de partidos políticos, y «La envidia igualitaria«, donde exploraba las nociones de meritocracia y las críticas a la igualdad forzada y culminó su obra con unas memorias tituladas «Río arriiba«, publicadas en 1995, que merecieron el Premio «Espejo de España«.
Nació en el seno de una familia profundamente católica y monárquica. Su padre, Gonzalo Fernández de la Mora y de Azcué, coronel del Cuerpo Jurídico Militar y gentilhombre de Cámara de Alfonso XIII, había sido destinado, en aquel momento, a Barcelona como auditor de división. La madre, María de las Mercedes Mon y Landa, procedía de una antigua familia gallega que había dado dirigentes políticos, como Alejandro Mon, ministro de Hacienda con Isabel II y Alejandro Pidal y Mon, líder de la Unión Católica, ministro de Alfonso XII y embajador español ante la Santa Sede.
En 1926, la familia se trasladó a Madrid y, poco después, Gonzalo inició sus estudios en el colegio del Pilar y hubo de concluirlos en Poyo (Pontevedra), donde la familia residió al estallar la Guerra Civil, concretamente en el colegio del Apóstol Santiago, regido por la Compañía de Jesús.
En esos momentos, le llegaron las primeras noticias de la existencia de la revista Acción Española y de su proyecto monárquico-tradicional, del que siempre se consideró continuador. Terminada la contienda y acabado el bachillerato con los jesuitas, afrontó, en la Universidad de Santiago de Compostela, el examen de Estado, que superó con Premio Extraordinario.
Luego se matriculó en la Universidad Complutense de Madrid en Derecho y Filosofía, donde contó entre sus profesores favoritos a Federico de Castro, Francisco Javier Conde, Juan Zaragüeta, Leopoldo-Eulogio Palacios y José Camón Aznar. En 1945, se licenció en ambas carreras, con premio extraordinario, y escribió su primer libro, Paradoja, obra intimista, esteticista y de inequívocos perfiles autobiográficos.
En la universidad entró en contacto con las Juventudes Monárquicas, dirigidas por Joaquín Satrústegui, y con los supervivientes de Acción Española. Pronto se integró en los círculos políticos e intelectuales que propiciaron el retorno de la monarquía tradicional.
Ferviente europeísta, Fernández de la Mora fue uno de los promotores más entusiastas del Centro Europeo de Documentación e Información, plataforma del europeísmo conservador defendido por el régimen de Franco.
Su progresivo acercamiento a los tecnócratas del régimen franquista y el consiguiente distanciamiento de los sectores políticos afines al conde de Barcelona, le llevó, el 14 de abril de 1970, a ser nombrado ministro de Obras Públicas por Franco. Días antes (el 17 de marzo) había sido elegido académico de la Real Academia de Ciencias Morales y Políticas, para ocupar el sillón del fallecido José Ibáñez Martín. Su discurso de ingreso, leído el 29 de febrero de 1972, llevó por título Del Estado ideal al Estado de razón, en el que defendió, en la línea ya desarrollada en El crepúsculo de las ideologías, una teoría funcional del Estado, cuya legitimidad se basa en la eficacia, es decir, en su capacidad para garantizar el orden, la justicia y el desarrollo.
Fue procurador en las Cortes Legislativas IX y X, y consejero nacional del Movimiento por designación directa del general Franco. Ascendió a embajador, fue nombrado director de la Escuela Diplomática, cargo del que fue relevado por el primer Gobierno de Adolfo Suárez.
Su participación en la fundación de Alianza Popular, precursora del actual Partido Popular, y su posterior renuncia al partido por discrepancias con la aprobación de la Constitución de 1978, describieron su postura política en lo sucesivo, apartado de la vida política aunque no de los intensos debates o de la construcción ideológica.
El aniversario de su fallecimiento es una oportunidad para reflexionar sobre su legado. Mientras algunos lo recuerdan como un pensador profundo y un defensor de la tradición, el mérito social y profesional y la autoridad, otros lo critican por sus posturas en la defensa abierta del periodo de Franco, y sus posiciones supuestamente antidemocráticas -realmente anti partitocráticas-, y quizás elitistas. Para muchos otros, estas oposiciones no tiene fundamento y se basan, sin más, en la propia envidia que generaba para la izquierda una figura tan intelectualmente brillante como la de Fernández de la Mora.
En este aniversario, se han organizado varios homenajes, incluyendo seminarios y conferencias donde se analizan sus obras y su impacto en el pensamiento español. Su hijo, Gonzalo Fernández de la Mora Varela, ha sido un activo promotor de su legado, continuando la labor iniciada por su padre en el mantenimiento de la revista «Razón Española«, que ahora dirige en intelectual Oscar Rivas.
Gonzalo Fernández de la Mora sigue siendo una figura que divide opiniones. Su defensa del franquismo y sus teorías políticas y sociales siguen siendo objeto de un afortunado debate que nada el el fecundo mundo de las ideas, totalmente contrapuesto al resto de debates estériles que padecemos hoy en día.
Resulta indudable su contribución al pensamiento conservador español y su influencia en la política y la cultura de su tiempo son indiscutibles. Este aniversario no solo celebra su vida y obra sino que también invita a un análisis crítico de su ideario en el contexto de una España que ha cambiado considerablemente desde su fallecimiento en 2002, y en cuyas fuentes bebe parte del actual conservadurismo español.