
Fue allá en un tiempo remoto cuando después de 40 años de paz, unidad y desarrollo nuestra patria cayó en manos de un rey putero, borracho y perjuro, unos restos del Movimiento advenedizos denigrando nuestra sagrada camisa azul y todo lo que representa y otro hijo de mala madre llamado Adolfo Suárez que, en acuerdo de traidores con el monarca, abrieron España en canal apropiándose del Estado y provocando una vez más la ruina de todos los españoles.
En 1982 ganaron las elecciones generales los socialistas, es sabido que nuestro pueblo tiene frágil memoria y no aprende, y con ellos volvió la delincuencia institucionalizada. En 1985 fue cuando el partido socialista aprovechó la mayoría parlamentaria que tenía para reformar la Ley del Poder Judicial. Se habían cargado la independencia de este contrapeso vital del Estado de derecho y encima se jactaban de ello. El ladrón sinvergüenza de Alfonso Guerra definió el hecho con unas palabras que han pasado a la historia de la infamia: «Montesquieu ha muerto» y no solo se quedó tan ancho el tío, sino que hoy en día nadie ha intentado resucitar al filósofo.
El Poder Judicial había sido reiteradamente acusado de corporativismo y los socialistas, siempre fieles a la voluntad popular basada en el engaño y en la burda mentira, decidieron que fuera el parlamento quien eligiera a los vocales del consejo. Una fórmula que, inevitablemente, politizó dicho órgano. Después los del PP, como no podía ser de otra manera, lo aplaudieron con los cuernos, camuflándolo en algo llamado «pacto por la justicia» a través de una fórmula de elección mixta, que ni acabó con el corporativismo, ni garantizó la independencia del poder judicial. El resultado de este disparate antidemocrático llega a nuestros días con un poder judicial anquilosado con apenas un limitado campo de movimiento que con la sombra de un Tribunal Constitucional enmendando la plana al Tribunal Supremo y convirtiéndose, sin tener atribuciones para ello, en tribunal de casación, hace que la justicia se resienta gravemente dilatándose en el tiempo para terminar en manos de un ejecutor del gobierno con toga manchada de oprobio, llamado, Conde Pumpido que hará, como hizo con los ERE, lo que le ordenen desde Moncloa. Ni Begoña/o, ni David Sánchez, Ni Alvarito, el fiscal corrupto, ni los ministros genocidas unos, y puteros el resto, tienen que temer nada, la ley la hacen ellos con todo el descaro del mundo y aquí no pasa nada.
Creo que ya va siendo hora de resucitar a Montesquieu. Para él las leyes y su conveniente ordenamiento producen libertad y justicia. Dicho ordenamiento se construye sobre la base de la separación de los poderes principales del Estado. El predominio constante del poder ejecutivo y su intromisión en los demás poderes conducen sin remisión a la tiranía.
Mientras no se resuelva este grave problema, seguiremos padeciendo una justicia disfrazada de tortuga, con los ojos vendados y sin ninguna balanza de equidad.