Toda la opinión pública es unánime en poner los ojos en blanco y calificar el mensaje del «rey títere» como extraordinario y lleno de verdad y justeza. Todos los paniaguados de cualquier signo aclaman la valentía de este rey cobarde y amordazado. La izquierda, que es siempre extrema, se ríe del personaje y de lo que ahora, y por poco tiempo, representa.
Aunque salga en televisión con gesto serio y preocupado, importa bien poco a los que sabemos que es un «gobernante de papel» y que esa constitución que puso como eje de su discurso navideño es un clavo ardiendo donde se agarra para intentar asegurarse, para él y su parentela, un plato de lentejas que hoy en día apesta a quemado. Esa agarradera le va a ser inútil cuando llegue el momento y le larguen a gorrazos de este país. Todos los medios lo saben, pero miran hacia otro lado. Lo que diga el monarca no tiene ninguna importancia, son palabras huecas y vacías de contenido que de obvias dan un poco de pena y mucha risa. Todos los discursos de esta pobre marioneta tienen que pasar por el filtro de Moncloa y ellos tachan y añaden lo que les viene en gana, y luego se lo devuelven al «lorito» para que lo lea en un teleprompter instalado en su acogedor palacio.
Que salga la derecha ruin y cobarde a valorar delante de la ciudadanía la farsa del discurso es para tenerlo muy en cuenta. Que el gobierno tiránico del psicópata de Sánchez haga su interpretación falsa y rastrera, es lo normal, ellos saben realmente la ínfima trascendencia del famoso discurso ritual. Saben que «el muñeco» estará haciendo «playback» hasta que ellos decidan que se acabaron las pilas. La derecha también lo sabe y calla y lo admite porque sueña con el bipartidismo y sueña con volver a gobernar este país que cada vez está más cerca de una trágica disyuntiva. La monarquía, a unos y a otros, les importa una mierda. El pueblo soberano está a lo suyo en estas fiestas, no navidades, está a cosas importantes, el móvil, las compras y las macro fiestas que se avecinan en pocos días. Entre unos y otros han logrado, con unas políticas demenciales, crear una ciudadanía analfabeta y amorfa que con cuatro migajas sociales se conforma y calla.
Una sociedad sin valores incapaz de reaccionar ante tanta ruina y destrucción. Hablaba, en su discurso, el «pobre muñeco» de la importancia de la constitución, sin querer admitir que en ella está el origen de todo este caos en el que estamos sumidos. Fuera de la constitución, decía, no hay libertad, y lo decía con gesto adusto y preocupado, y daba la sensación de que la comedia no da para mucho más y que el clavo del que está asido tampoco.