Hay varias biografías del capellán de la IV Bandera “Cristo de Lepanto” de la Legión, pero, recientemente, ha aparecido una que cumple con las expectativas actuales de alcanzar un modelo a seguir en los difíciles caminos de nuestro incierto y polarizado presente. Se trata de Padre Huidobro, héroe de almas en legionarias. Y, de manera casual, su aparición coincide con esa Providencia por la que el capellán de la conciliación tenía una cierta predilección. Hechos posteriores como el final de la Fase Diocesana y la exhumación de los restos en la Iglesia de San Francisco de Borja el pasado 9 de abril así pueden ratificarlo.
Su autor, el doctor D. Emilio Domínguez Díaz y veterano caballero legionario de la I Bandera “Comandante Franco” del Tercio “Gran Capitán” I de la Legión, nos invita a conocer de primera mano la fusión entre la espiritualidad legionaria y la fe católica, logrando con su obra un éxtasis de conocimiento e información actualizada con buenas y cercanas fuentes. No en vano, la Legión llevaba tiempo reclamando con insistencia la reapertura de la causa de beatificación de su páter, de ese guía de aquellas almas que, en plena Guerra Civil, recibieron su último aliento de esperanza con la ayuda espiritual de nuestro protagonista.
Domínguez describe la semblanza del joven jesuita Fernando Huidobro Polanco como “la búsqueda de un héroe, de un individuo icónico, de aquel héroe de almas legionarias, de aquel páter de la concordia, de aquel abnegado curita –como le llamaban sus legionarios– cuyo ejemplo marcaría la vida de tantos hombres y mujeres en aquel triste episodio de la Historia de España”.
Ese mismo capellán iba a convertirse tras su muerte en inesperado ídolo, en ese tipo de héroe que, desgraciadamente, tanto echamos en falta en una sociedad actual privada de valor y valores o de la puesta en práctica de virtudes heroicas en nuestra existencia vital. Relativismo, materialismo e incertidumbres varias del presente, por desgracia, no invitan a ello.
Así, el autor incluye testimonios y vivencias plagadas de continuas muestras de dolor con pruebas fehacientes de valentía, fortaleza, humildad, compromiso, perfección, disciplina, caridad, sabiduría, fe y…santidad. Evidentemente, todas ellas –incluidas en el decálogo final del libro– no son más que un cúmulo de insinuaciones por las que, según Domínguez, el padre Huidobro merece ser beatificado y, posteriormente, canonizado. Su devoción en el mundo legionario, como antes apuntábamos, no es ajena a ello.
Por otra parte, también era cuestión de tiempo redescubrir la verdad y perseverar con hallazgos contra el odio y rencor que, en las últimas décadas, han alimentado falsos testimonios en torno al adiós terrenal del páter en la Casa de Campo de Madrid aquel infausto 11 de abril de 1937. Por este motivo, el autor arroja su pluma contra la envenenada mentira histórica que ha pretendido ralentizar y desvirtuar la triste realidad de aquel trágico acontecimiento. Al final, la verdad prevalece con la rotundidad de un séptimo capítulo del libro que señala el origen de ese mal rebatiendo la insostenible falacia de agitadores históricos como Preston o Raguer. Los archivos, sus referencias documentales y la reciente exhumación de los restos del sacerdote pondrán el punto final a la maledicencia de los enemigos de la verdad histórica, de esos que proliferan al cobijo de sesgadas y subvencionadas interpretaciones alejadas de la realidad de hechos veraces.
Además, el libro no sólo pretende recabar testimonios de los que, en primera persona, tuvieron una convivencia fugaz o más extensa con el padre Huidobro, sino también trasladarlos a cualquier lector que, desde su perspectiva, desee conocer el vínculo afectivo con todos ellos y las razones que le hicieron tomar la firme decisión de abandonar una plácida vida sacerdotal –aunque en el forzado exilio tras la llegada de la «democrática» República el 14 de abril de 1931– para unirse a la contienda con el objetivo principal de prestar su auxilio como capellán del Tercio una vez desestimada su primera propuesta, la de ingresar en la Cruz Roja.
Y por amor a la Legión y a sus legionarios, el padre Huidobro acabó entregando su vida al servicio de la Patria que le había visto nacer, crecer y huir en dirección a Marneffe ante el desgarrador triunfo del odio ideológico. Sin embargo, con grandes dotes de superación, preparación, vocación y elevado espíritu de sacrificio, el páter supo sobreponerse a adversas circunstancias, adaptarse al nomadismo de sus exilios académicos y eclesiásticos y redimirse en combate aquella fría mañana de la primavera de 1937 con el cumplimiento del dictado del Credo Legionario. Para los que desconocen o no logran comprender lo que el “¡Viva la Muerte!” significa en el corazón de cualquier legionario, tal vez, aquel luctuoso suceso del padre Huidobro pueda darles alguna pista.
“Dios sabe lo que quiere de mí. En sus manos está mi destino y, si es la muerte, será por amor”.
Hoy, con esta obra de Emilio Domínguez Díaz, aún seguimos escuchando el atronador silencio posterior a la explosión de un proyectil que, impregnado de sangre, dejó una estela de dolor aquel Domingo del Buen Pastor.
El padre Huidobro, capellán de la IV Bandera de la Legión, se hizo notar en un sinfín de batallas, fue un valiente en múltiples frentes, un santo fiel al legionario Espíritu de la Muerte, el bálsamo de almas desesperadas que, con su beatificación y la declaración de heroicidad del venerable siervo de Dios, verán recompensado aquel último suspiro en vida antes del encuentro con el Padre.