La Partitocracia es una de las grandes obras de Fernandez de la Mora, que ha sido reeditada por SND Editores. |
Otra circunstancia específica de España es la de haber detentado durante más de cuatro siglos el mayor Imperio que la humanidad ha sido capaz de mantener en la Historia, abarcando los cinco continentes y, donde como sostenía el dicho popular del siglo XVI, “no se ponía el Sol”.
Claro que cualquier consideración política que intente una revisión de estos hechos incontrovertibles, caerá por su peso por la impracticabilidad de llevarlo a cabo: España, sin tener esos elementos presentes, no es posible o no existe.
Y los enemigos o competidores que ha tenido España a lo largo de su historia lo que han intentado es precisamente destruir esos elementos: el legado del Imperio, el tronco de su Monarquía y la raíz de su catolicismo, como componentes básicos de su entidad nacional.
Sostenido lo anterior, es difícil hacerse cargo de una España alternativa a lo que se considera “tradicional”. Puede avanzarse en términos de Sociedad, progreso y desarrollo, pero los pilares no son otros, y son pilares anclados profundamente en una visión tradicionalista del conservadurismo.
Es por ello que cuesta mucho trabajo que el conservadurismo español se aleje de estos parámetros y pueda lograr un cierto éxito. Curiosamente, nuestra Transición, con la aprobación de la Constitución de 1978 tras la muerte del Caudillo Francisco Franco, no ha sido capaz, en el segmento de los partidos conservadores españoles, de crear espacios para el Liberalismo, la Democracia Cristiana o el centrismo, al igual que si ocurre en otros países de nuestro entorno donde la presencia de estos ideales está presente. Mucho menos la ultraderecha o la extrema derecha que, pese a los cacareos de la izquierda, apenas han tenido una presencia testimonial en nuestro país en el último medio siglo.
Alianza Popular y Partido Popular han intentado abarcar todos esos espectros políticos que nadan desde el centrismo liberal hasta la extrema derecha pasando por el liberalismo o la democracia cristiana, que en nuestro país no han tenido cabida.
La aportación crucial de Fernandez de la Mora al pensamiento conservador español viene de la coincidencia de su monarquismo inicial en la convergencia con tres pilares fundamentales que fortalecerán su espíritu inquieto y siempre constructivo:
- Por una parte, se inspiró en sus inicios como un continuador del pensamiento y proyecto político iniciado por Ramiro de Maeztu durante la II República.
- Por la otra, se confesaba “incondicional admirador” de Ortega y Gasset. Como comenta uno de sus biógrafos, Pedro Carlos González Cuevas, Fernández de la Mora “pasaba entre mis condiscípulos por un orteguiano furibundo, el único de mi promoción”.
- Pero, finalmente, uno de sus ídolos intelectuales fue Xavier Zubiri, a cuyos cursos privados de filosofía asistió. El estudioso González Cuevas afirma en varios de sus trabajos que esta inclinación por Zubiri -profusamente mencionado en innumerables notas de Gonzalo Fernandez de la Mora en sus trabajos en la revista Razón Española”, que aun se edita, junto a notas de Ortega o Ramiro de Maeztu- “contribuiría a ensanchar su horizonte intelectual, inclinándole hacia la metodología científica y hacia el ala empírica y racionalista del aristotelismo en que se había formado en la Universidad.
Los cursos de Zubiri le descubrieron a Comte y a los teóricos de la nueva física, y transformarían su pensamiento, de base “racionalista” y empírica, en el concepto “razonalista” que el acuña y que aún pervive.
Su “empirismo” no le aleja en absoluto de sus posiciones católicas, que mantendrá a lo largo de toda su vida. Con el tiempo, y con la llegada de la Transición, Fernández de la Mora se aleja progresivamente del monarquismo profundo que le inspiró en sus inicios, creando la base de un pensamiento conservador de gran solidez que no fu compartido por sus coetáneos de Alianza Popular y mucho menos por la evolución posterior del Partido Popular.
Una de las cualidades más importantes de Fernández de la Mora como pensador es la de idear un planteamiento filosófico que se esforzaba en declarar caducas las ideologías políticas tradicionales, y muy especialmente el sistema “partitocrático” que llevaría a España a la situación que actualmente estamos viviendo. Sus críticas hacia la partitocracia se fueron haciendo cada vez más incisivas en la medida que el tiempo se alejaba de la aprobación de la Constitución de 1978: para Fernández de la Mora se creó una especie de “efecto Doppler” político por el que cuando mas nos alejábamos de la fecha de aprobación de la Constitución tanto más crudas iban a ser sus consecuencias. Y parece que el tiempo, por desgracia para todos nosotros, le ha dado la razón.
Ideologías como el liberalismo, el comunismo o el socialismo estaban ya superadas por la Historia, y debían ser declaradas caducas en aras del beneficio superior de políticas nacionales para el pueblo.
Otra de sus acuñaciones filosóficas es la del estado “tecnoautoritario”, en el que se sustentaba la Democracia orgánica, y el Estado de las Obras que justificaba las políticas del régimen de Franco por cuanto sus políticas fueron profundamente provechosas para toda la población en general, para el país y para su proyección de futuro.
El tipo de Estado por el que apostó Fernandez de la Mora era el que se debía corresponder con una nueva sociedad elevada y desarrollada, “científica” sin alejarse de la defensa la la unidad nacional ni la religión, que no fuera demoliera ni socialista ni tampoco nacionalista, sino lo que él llamaba “Estado de Razón”, absolutamente desideologizado y en la que prevaleciera la “ideocracia”, es decir, la soberanía de las ideas rigurosas y superiores y cuya élite directiva deberían ser los “expertos” y que debía destacarse por la eficacia y capacidad para continuar desarrollando la Sociedad y garantizar el orden y la Justicia igual para todos. Y supeditado forzosamente a la razón, que nos distingue de los animales y nos hace superiores, llegando a afirmar que «Todo lo que no sea racional y sistemático es un subproducto intelectual. La más luminosa fuente que poseemos es la razón», lo que le conduce a elaborar un canon del pensamiento español contemporáneo a partir del primado del logos sobre el pathos.
El paso de Fernandez de la Mora por uno de los últimos Gobiernos de Franco, como Ministro de Obras Públicas fortaleció su visión de un “Estado de las Obras”, y afianzó en él la idea de que en las más altas magistraturas del Estado deben estar los más preparados, pero con humildad y sabiendo que están de paso, de servicio para la Nación. Fernández de la Mora no tuvo un lugar cómodo en la Transición y lo que vino después. Y, de hecho, fue uno de los seis Diputados que votó en contra de la Constitución junto a Alberto Jarabo, Francisco Letamendía, José Martínez Emperador, Pedro de Mendizábal y Federico Silva. A partir de aquel momento hubo ya desconexión con el mundo político que venía y un marcado alejamiento con Alianza Popular y su Presidente Manuel Fraga.
Por ésta y otras razones, Fernández de la Mora optó por distanciarse de la “política real” y dedicarse a la creación de contenidos filosóficos, escribir libros y dirigir su magnífica revista “Razon Española” que acaba de cumplir recientemente 40 años de edición ininterrumpida.
Celebrando hoy el centenario del nacimiento de Gonzalo Fernández de la Mora, no podemos por menos que pensar que sus críticas al sistema partitocrático han ganado carta de naturaleza por sus propios efectos y tenemos que llegar a la conclusión de que el pensamiento de Fernández de la Mora más vigente hoy que nunca y sus enseñanzas no han sido lo debidamente aprendidas por los conservadores españoles de la actualidad.