
Cada día estoy más convencido de dos cosas, una, que el hombre está tan en crisis de todo lo que conforma su andamiaje mental, y sobre todo moral, que vamos a desaparecer de la faz de la tierra en menos de lo que pensamos, y dos, que la «sacrosanta democracia» mueve a un número cada vez mayor de individuos a hacer gilipolleces sin descanso ni vergüenza.
Cada día es jornada y oportunidad de celebración de un sinfín de idioteces que mueven como poco al bochorno. Cuando no es el día del mejillón en peligro de desaparición es el día de la mujer trabajadora, y con esa absurda celebración se agarran a una pancarta escrita, casi siempre, con faltas de ortografía, unas tías llenas de odio proclamando lo malos que somos los hombres y lo pobres desgraciadas que son ellas.
Este feminismo radical y que produce sonrojo está dirigido por una izquierda cochambrosa, radical y analfabeta manipulada desde una sombra de carácter woke que está inundando todas las sociedades occidentales con el mensaje perverso de una opresión mentirosa en todos los ámbitos enfrentando en una batalla absurda a hombres y mujeres, y en este caso feminista, inculcando desde sus despachos la terrible mentira de la igualdad de géneros.
No somos iguales y esto es una certeza biológica. Morfológicamente e incluso mentalmente somos muy diferentes y esto que suena a la evidencia científica más demoledora de este mundo es lo que esta gente detesta porque están destruyendo la civilización occidental para crear un mundo lo más uniforme posible con una sociedad aborregada y perdida, una sociedad en la que cualquier individuo/a puede, por ejemplo, cambiar de sexo presentándose en el registro civil y pedir el cambio.
Esta monstruosidad está planteada y diseñada desde una ingeniería social tétricamente pensada y puesta en marcha por las elites supranacionales que están idiotizando a los «rebaños» con drogas duras: móviles, televisiones con canales y plataforma propias para crear una opinión que destruya todo germen natural de convivencia para sustituirlo por un mundo terrorífico en el que se está modificando de una forma total todo lo que nos conforma como personas, individuales e irrepetibles, Dios, familia, moralidad y principios heredados y aprendidos de nuestros mayores.
Las «marujas» salen a las calles a reivindicar algo imposible y absurdo y con la cantinela del feminismo abrir un abismo de confrontación y odio contra el hombre disparatando con gritos que se confunden con balidos de oveja mientras los que verdaderamente se manifiestan desde sus posiciones privilegiadas ríen a carcajadas viendo, por un lado, el ridículo de esta lamentable gentuza, y por otro lo bien que les va a ellos con la terrible manipulación del desastre.