
Desde los primeros textos políticos conocidos como el de la estela de Hammurabi, hasta los más recientes, se reitera que existe un Estado ideal, y en ese supuesto se fundan todas las ideologías. ¿Tiene tal pensamiento sentido lógico? Ésta es la radical cuestión teórica, y a ella Gonzalo Fernández de la Mora dió la siguiente respuesta: “El derecho propiamente constitucional no es sustantivo, sino adjetivo; es regla de juego y procedimiento… La medida de las constituciones no está en su fidelidad a unos apriorismos, sino en su eficacia objetiva.”
GFM desarrolló esta tesis en su discurso de ingreso en la Academia de Ciencias Morales y Políticas, leído en 1972, y transcrito en el presente libro. Ese discurso, “Del Estado ideal al Estado de razón” fue definido por GFM “como su aportación principal al saber político” en su libro Río Arriba; Memorias. El objeto del mismo es desplatonizar y reificar la teoría idealista del Estado, hipostasiada durante milenios hasta el nivel de los dogmas o de los imperativos morales. Su argumentación consiste en demostrar que el Estado es un artefacto instrumental y, por lo tanto, relativo (como todas las herramientas) a quien las usa y para qué las utiliza. No existe el martillo universalmente ideal; tampoco la Constitución perfecta para cualquier lugar y tiempo.
La consecuencia fundamental del libro es que el Estado no se legitima por su parecido con uno de los muchos modelos supuestamente ideales que han ido construyendo utopistas, doctrinarios y juristas, sino por su efectiva capacidad para mantener un orden progresivamente equitativo y próspero al nivel de las circunstancias históricas. En suma, el complejo y coactivo instrumento estatal no se justifica por su fe al modo luterano, sino por sus obras al modo romano. Este principio conduce a la desmitificación de la legitimidad, a la relativización de las formas de Gobierno, y a la desideologización de la cosa pública.