Manuel Calderón. Natural de Santander (España). Doctor en Filología, Catedrático de Instituto, funcionario internacional y colaborador del Centro de Estudos de Teatro da Faculdade de Letras (Universidad de Lisboa). Ha editado un libro de caballerías y ediciones críticas del teatro de Gil Vicente, Lope de Vega y Fray Hortensio Paravicino. Es autor de estudios sobre literatura medieval y de los siglos XVI y XVII, memoria e imagen de la Armada y Contra Armada en Portugal, el comercio del libro de ficción en el Barroco y literatura brasileña del siglo XX.
¿Por qué un libro sobre la memoria literaria y la guerra cultural en las letras españolas en los últimos 80 años?
Porque la réplica a la memoria gubernamental (llamada “memoria democrática”) se da siempre reivindicando la Historia, pero olvidando otras esferas de la cultura, colonizadas por esa misma memoria hegemónica. La Literatura es una forma privilegiada de transmisión de la memoria que no se está teniendo en cuenta.
¿Cómo ha sido el proceso de selección de las novelas que analiza?
Parto de que todos estos textos (novelas, cuentos y memorias) tienen como tema principal la rememoración de lo que Pierre Nora, creador de la “memoria histórica” (que no debemos confundir con la memoria gubernamental o institucionalizada) llama “lugares de la memoria”. Algunos de los “lugares” que desfilan por estos textos, además de la Guerra Civil, la época de Franco y la Transición, son la historia de España (dentro de la cual van apareciendo otros muchos “lugares de la memoria”), el hecho religioso, la revolución, el nacionalismo, el terrorismo, la homosexualidad, el Derecho positivo y, sobre todo, la propia memoria.
He seleccionado algunos de los relatos que, con diferentes puntos de vista, mejor representan la manera de rememorar esos y otros “lugares de la memoria” para utilizarlos en el presente de la escritura o con vistas a programar el futuro. Concretamente, tres de las cinco partes del libro se ocupan de: a) aquellos relatos que rememoran el pasado inventándolo, justificándolo, problematizándolo, rechazándolo o, las menos, articulándolo; b) los que construyen el presente de su escritura; y c) los que esbozan el porvenir inmediato. Otra parte se ocupa de las memorias de escritores y editores.
¿Cuáles han sido las más importantes a la hora de cambiar o moldear el modo de pensar de los españoles?
Sin duda, los autores y obras citados en los manuales académicos de la Historia de la Literatura y canonizados en los Suplementos culturales de la prensa periódica. Basta repasar el índice del libro para ver que, en general, los autores y obras que apenas suenan son los más heterodoxos con respecto a la actual hegemonía cultural.
¿Qué autores en concreto han tenido más influencia en estos años en España?
Camilo José Cela, Miguel Delibes, Juan Marsé, Juan Goytisolo, Francisco Umbral, Antonio Muñoz Molina…, todos ellos canónicos y laureados. Por el contrario, el autor más leído a partir de los sesenta y durante treinta años, Fernando Vizcaíno Casas, ha sido desdeñado por la Pléyade y por el Estado cultural.
¿Por qué estas novelas han ido modelando por impregnación nuestra memoria gregaria?
Porque a través de ellas se ha ido difundiendo una serie de mitos y lugares comunes en torno a los mencionados “lugares de la memoria”. El vulgo u opinión publicada los ha ido asumiendo a través de la lectura, de los sistemas de enseñanza y de los medios de comunicación (magazines televisivos, suplementos literarios…)
¿Se podría decir que se ha ido creando un relato paralelo que se ha aceptado de manera acrítica?
Lo que se ha ido implantando es un relato ortodoxo y oficial, cuya manifestación más contundente son las leyes de memoria “democrática”. Esta visión punitiva de la cultura revela una impaciencia por imponer un dictado. Fuera de él no puedes progresar en ningún ámbito académico o profesional de la cultura. Hace tiempo que no interesa el debate. Igual que en las Cortes, donde las decisiones ya se han tomado antes y fuera del lugar donde supuestamente se va a parlamentar. En una situación semejante, sólo cabe “emboscarse”. El emboscado, como escribió Ernst Jünger a mitad del siglo pasado, es el que ofrece resistencia al automatismo, a la clasificación político-zoológica del ser humano y al miedo.
¿Por qué no ha habido oposición al discurso dominante?
Es una larga historia que trato de sintetizar en los tres primeros capítulos sobre las “guías de la memoria”, es decir, los intelectuales y académicos a quienes tradicionalmente se les atribuía el ejercicio de la autoridad cultural: los clérigos, en el sentido medieval, que es el que aún tiene en el famoso libro de Julien Benda. Luego se convirtieron en mandarines (Frinz K. Ringer) y, finalmente, en programadores de multimedia. La intelligentsia ahora prefiere vigilar y espiar (la inteligencia de un país son los espías) para que otros se encarguen de castigar.
¿Es positivo que empiece a haber una reacción en los últimos años?
Más que positivo y necesario, es inevitable. Lo malo es que las fuerzas en liza son desalentadoramente desiguales, por la diferencia de los medios financieros y materiales puestos en juego (universidades, sistemas de enseñanza, editoriales, organismos internacionales, oenegés, plataformas digitales, cine…). Y los mismos que han estado invirtiendo con perseverancia en capital cultural, desde los años veinte —la Komintern y sus avatares— y desde mediados de siglo —el Congreso por la Libertad de la Cultura—, son los globalistas de hoy.
¿Cómo ha contribuido la literatura a que se haya podido imponer a todos los españoles la ley de memoria democrática?
Porque la Literatura ha sido, hasta no hace mucho, el eje en torno al cual giraba la enseñanza de las humanidades. Cuando en los años sesenta estalla la Postmodernidad, sus portavoces iban con novelas y ensayos de literatura y filosofía existencialista, marxista, estructuralista y postestructuralista en la mano. Poco después, una parte de ellos se enquistó en el periodismo y en las universidades, por las que han ido pasando todos los docentes de secundaria y primaria hasta hoy. Otra parte se dedicó a la política, esto es, a deshacer y rehacer planes de enseñanza con que seguir ahormando el pensamiento de generaciones de profesores y alumnos, hoy padres y abuelos.
¿Cómo puede contribuir su libro a formar el criterio y abrir los ojos ante un lavado de cerebro sutil?
Creo que el hecho de ir a contracorriente ya contribuye a hacer recapacitar a quienes se acerquen con curiosidad y con ganas de saber a qué atenerse sobre el trasfondo ideológico de las letras españolas. El propio lector descubrirá una realidad conflictiva que está muy lejos de la ilusión hegemónica que pretenden imponernos mediante la ley.
Quien se asome a estas páginas acaso descubra que la idea que tenía sobre esta o aquella obra literaria, sobre este o aquel escritor, merece ser reexaminada. Y espero que también contribuya a que se pierda el miedo por exigir que el prestigio literario no se supedite a la ortodoxia ideológica.