El filósofo y profesor Carlos Díaz (Canalejas del Arroyo, Cuenca, España, 1944) va camino de cumplir 80, pero siente que hace años que se ha muerto. “Gracias por interesarte por este pobre hombre”, dice al recibirme en su modesto piso junto al Manzanares, “hoy de Carlos Díaz no se acuerda nadie, pero en la época de Franco me conocían hasta los taxistas”. El hijo de don Timoteo y doña Marcelina, maestros rurales de Canalejas del Arroyo, se acerca a los 80 habiendo escrito alrededor de 400 libros de los temas más diversos –religiones, anarquismo, movimiento obrero, fenomenología, personalismo, educación, historia de la filosofía–; traducido decenas del francés, el alemán o el italiano; habiendo dictado quizás miles de conferencias fruto de las doce horas de estudio diarias desde hace décadas: en todo ello reconoce su carácter neurótico, asalvajado y nunca proclive a la tibieza. Díaz es un hombre voluminoso, de claros ojos celestes y barba de náufrago, con una cruz que asoma a ratos bajo una camisa de cuadros. Náufrago, apátrida, excéntrico: ese es el campo semántico en el que se mueve este hombre que ha sido amigo de papas y de anarquistas, que es místico y revolucionario, hereje pero ortodoxo. En esta larga conversación Díaz repasa su vida y sus crisis religiosas, su militancia en el anarquismo y en el cristianismo obrero, sus conflictos con la jerarquía eclesiástica y con el establecimiento cultural. Un insatisfecho crónico y vocacional al que no le quedan ya fuerzas para dar nuevas batallas: “Mi vida es un fracaso total en todos los terrenos”.
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12/11/2024