Cuando escribo esto se celebra por toda esta maquinaria de mentira y de puñaladas traperas que soportamos, el décimo aniversario de la llegada al trono de un rey nefasto y cobarde. Un rey que ha ayudado, con su temerosa actitud, a dar un tiro de gracia a un estado ya de por sí podrido hasta los tuétanos y convertido en un tremendo disparate saqueado de toda vergüenza y justicia social.
En la misma semana que el corrupto fiscal general del estado, mejor decir «del gobierno» intenta, por sus cojones, con una votación amañada e ilegal, aunque sea solo consultiva, maquillar su orden de dar luz pública a una información confidencial sobre un ciudadano particular, en el TC, Conde Pumpido quiere meter en la vergonzosa ley de la amnistía también el robo de los golpistas, es decir, la malversación agrupando todos sus delitos bajo el manto de un perdón a unos descarados delincuentes que intentaron acabar con la unidad de la nación de forma soez y unilateral y que ahora, un poco antes de que lo vuelvan a intentar, un tribunal comprado por el ejecutivo y que atenta contra un poder judicial, salvado por unos pocos jueces leales a sus cometidos, que está claramente contaminado, se salta toda línea de contención prevaricando para mover todo su maquinaria de basura y desvergüenza y facilitar con estos hechos el delito.
En este oscuro momento, Madrid lleva unos días ya de ferviente homenaje y celebración del importante hecho más arriba mencionado, edificios iluminados con imágenes del monarca de enormes dimensiones en una orgía de luz y sonido que emboba a las masas de borregos que entran «al trapo» con caras de zangolotinos dentro de un esperpento muy parecido al Cortylandia navideño. Porque aquí, en este solar donde la inteligencia es algo que ya no existe se celebra incluso el aniversario de la llegada y permanencia de un poder tan anacrónico como este que parece más una gracia de Don Ramón Gómez de la Serna, imitando muy serio el cacareo de una gallina, o también la deformada realidad actual de un pueblo ágrafo, sumiso y vencido, reflejado en los espejos del callejón del gato.
Recepción de un rey de papel que más que un jefe del Estado, aunque solo lo sea de mentira, parece un triste feriante que solo sirve para firmar todo lo que le pongan delante, con la amenaza constante, y que será una realidad más pronto que tarde, de una patada en su soberano trasero, y de la mano de su esposa republicana y de las dos nenas, tristes y más cursis que un repollo con lazo, salir corriendo para afrontar un futuro de náusea y vergüenza millonaria como lo hicieron antes, no quiero ir más atrás en la historia, su padre, su abuelo y su bisabuelo. El cuadro representado en este acto era surrealista, todos sonrientes ante un pobre mequetrefe que muy en el fondo produce una mezcla de asco, pena y vergüenza. Lo de «la sorpresa» de las niñas leyendo el mensaje a sus papás prefiero no comentarlo y no ser cruel.
Las fuerzas parásitas, de uno y otro lado, que viven del cuento, seguirán así mientras aguante esta indigna y falsa tramoya, haciendo el «caldo gordo» a la cabeza de una institución, que como diría Max Estrella, apesta a gusanera.
Sentenciaba Napoleón que los pueblos tienen lo que merecen y yo, que en pensamiento estoy en las antípodas de este genocida gabacho, tengo, a mi pesar y desde el injusto invento del sufragio, que reconocer que en esto llevaba mucha razón el terrible corso.