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Hay artículos que informan, artículos que opinan y luego están esos que parecen escritos después de una tarde intensa en X (antes Twitter) y dos cafés de más. El último ejemplo lo tenemos en Público, donde alguien ha decidido que la mejor forma de hacer periodismo es soltar insultos a diestro y siniestro y montar una película en la que los malos son siempre los mismos y los buenos llevan su misma camiseta.
El resultado es un texto tan sutil como un elefante en una cacharrería y tan riguroso como un cotilleo de peluquería. Vamos a analizarlo con calma, porque esto es digno de estudio.
Crónica de un ataque de histeria
El artículo arranca fuerte: un salón de fiestas, bustos a 40 euros y una supuesta exaltación de la dictadura que parece sacada de una novela barata. Lo único que falta es una niebla espesa, un órgano sonando de fondo y un villano acariciando un gato mientras trama el mal absoluto.
Claro que, en este frenesí literario, al autor se le escapa un pequeño detalle: la Plataforma 2025 no organizó el acto. ¿Importa? Para nada. Pero no, Público, no lo organizamos nosotros. Ojo, no porque no nos hubiese gustado. Si lo hubiéramos hecho, lo diríamos sin problema y sin escondernos detrás de eufemismos o discursos tibios. Pero el mérito, y decimos mérito porque lo es, es de otros organizadores, a quienes aplaudimos sin dudarlo. Porque hacen falta agallas para plantar cara al discurso único y defender la historia sin miedo a que un puñado de periodistas ofendiditos escriban artículos como el vuestro.
Periodismo o pataleo
La tónica general del artículo es clara: si no estás conmigo, eres el demonio. Y para reforzar el mensaje, nada mejor que un repertorio de insultos camuflados de análisis. Se ridiculiza a los asistentes, se caricaturiza el evento y, de paso, se deja caer que cualquier cosa que se salga del discurso oficial es poco menos que una conspiración siniestra.
Aquí no hay matices ni puntos de vista, solo un dedo acusador que se mueve más rápido que un influencer cancelando a alguien en redes. El problema es que cuando conviertes un artículo en un «meme”, deja de tener credibilidad.
Indignación por encargo
Parece que el autor del artículo se despierta cada mañana con una misión clara: encontrar algo que le indigne y escribir sobre ello con el entusiasmo de un tertuliano de bar tras cuatro cañas. Porque, seamos sinceros, lo que realmente molesta aquí no es el acto en sí, sino el hecho de que exista gente que no se arrodille ante el relato que ciertos sectores consideran el único aceptable.
Y cuando alguien piensa diferente, ¿qué se hace? Pues nada nuevo: se le ridiculiza, se le asocia con lo peor de la historia y se exagera todo hasta que parezca el fin del mundo. Es un truco viejo, pero oye, sigue funcionando con los lectores menos exigentes.
¿Esto era una noticia o una broma?
Uno espera que un medio de comunicación se dedique a informar. Pero aquí, más que información, nos han servido una sesión de terapia del autor, que parece haber escrito esto entre bufidos de indignación, una risa histérica digna de ardilla con sobredosis de azúcar y unos golpecitos en la mesa que seguro activaron el sismógrafo más cercano.
Si la idea era contar lo que pasó en el evento, podrían haberlo hecho con datos, contexto y un mínimo de respeto. Pero claro, eso requiere más esfuerzo que soltar improperios y tratar de que el lector odie a los protagonistas del texto antes de llegar al tercer párrafo.
El artículo da vergüenza ajena
El artículo de Público no es periodismo, es un chiste. Pero no uno bueno, sino uno de los malos. No informa, no aporta nada nuevo y lo único que consigue es demostrar que el respeto y la ética periodística han sido reemplazados por la necesidad de generar clics y reforzar prejuicios.
Leer este artículo es como abrir una página de El Jueves en un mal día: intenta ser satírico, intenta ser mordaz, pero sin la gracia, el ingenio ni el más mínimo talento de los profesionales de la revista. Aquí no hay humor inteligente, solo un desfile de tópicos mascados y exageraciones burdas que harían sonrojar hasta al becario más torpe de una redacción real. Si al menos el juntaletras detrás de esto supiera escribir con algo de chispa, podríamos reírnos, aunque fuera por compasión. Pero ni eso. Lo único que provoca es la misma vergüenza ajena que cuando alguien cuenta un chiste malo y se ríe solo.
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