Aprovechando el título, sirva este artículo como humilde homenaje a Pau, un tipo al que siempre percibí honesto tanto en su profesión como en su vida personal.
Trato hoy, precisamente, de la falta de honestidad individual que nos carcome los huesos, sacrificando una vez sí y otra también la independencia intelectual que debiera definirnos como «seres racionales», y que sin embargo nos empeñamos en poner en tela de juicio, cuando no triturar como característica.
Parecen muchas cosas tan obvias como generalmente aceptadas, y va a ser que no. Porque un mismo hecho puede ser asumido como excelso o vomitivo, según la mente que lo evalúe, y por mente quiero decir aquí ideología. O sea que «depende».
Varias muchachas son pateadas por una turbamulta de gamberros que les llaman de todo menos bonitas mientras dejan el icono de su marca de botas en sus muslos. ¿Está mal actuar de esta manera? Hombre, pues sin más información adicional que aporte datos sustanciales al escenario, la ética basal nos invita a pensar que, en efecto, se trata de un comportamiento deleznable. Mas la cosa no es en la práctica tan evidente, pues en muchos casos bien podríamos añadir la etiqueta del «depende». ¿De qué depende? Pues se me ocurre que depende de la ideología de las víctimas, por ejemplo. Abundan los casos en que un empujón fue noticia de cabecera en periódicos, mientras que una somanta de palos apenas mereció espacio en el mismo diario. ¿Cómo puede ser tal cosa? ¿Les parece poco motivo ser de derechas (fascista) o de izquierdas (progresista)? A mí sí. Pero a no poca gente el escoramiento ideológico del paisanaje le resulta esencial a la hora de evaluar la acción. Si rojo ataca a azul, supone desnazificación y defensa de la democracia; si azul ataca a rojo, reaccionarios involucionistas genocidas. Sencillo, ¿no? Pues sencillo, en efecto, pero triste como un torero al otro lado del Telón de Acero, que decía aquel.
¿Está mal mentir a conciencia, en masa, para a quienes pretendes engañar con medias verdades o embustes completos? Sin otros condicionantes, mal está. Pero depende de si el mentiroso es de tu cuerda o no. Porque resulta crucial el equipo ―entiéndase partido político― donde juegue el sátrapa, que no por sátrapa deja de ser bienvenido en el Club de los Sinvergüenzas. Pero un sinvergüenza con la camiseta local es menos sinvergüenza, si acaso lo es algo. No en vano, la «mentira» ya no es lo que era, porque ahora es «cambio de opinión». Y la masa moviendo la cabecita acompasadamente.
En el presente contexto adquieren especial relevancia la viga y la paja en los correspondientes ojos, materia prima del aforismo que no dejaré escrito, pues siempre me lío con ojos, vigas y pajas. Pedro vamos, que ya sabemos de qué va la cosa: a quien le «emociona» ver cómo se machaca la cabeza de un agente de la autoridad le ofende hasta la médula que algún graciosete escriba en la carretera RATA CHEPUDA, o que griten unos mugrientos vecinos al otro lado del muro no se qué consignas, porque sus hijos pueden verse aquejados de algún síndrome de esos que acaban cogiendo el nombre del primer paciente atendido, cuando a los doctores les pilla con el paso cambiado y no tienen repajolera idea de qué le pasa al chaval, misterios de la ciencia, nada que no pueda arreglarse con una etiqueta pomposa, tanto mejor si incluye un apellido extranjero (convendremos en que un supuesto Síndrome de García no queda demasiado serio). O sea que dependiendo del palo ideológico de quién ofende y es ofendido, así será la sentencia: condenatoria si azul el primero y rojo el segundo, y viceversa. Aquí los colores nos ayudan un montón, como puede apreciarse. Y, por descontado, ser daltónico ha de suponer una puñeta.
Depende. ¿De qué depende? De según cómo se mire todo depende…