Entrevistamos al filósofo y ensayista asturiano Carlos X. Blanco que, junto a José Costales, acaba de presentar su último libro titulado España: Historia de una demolición controlada y oublicado por la editorial Letras Inquietas.
Dijo Vargas Llosa: «¿En qué momento se jodió el Perú?». ¿Cuándo se «jodió» España?
España como entidad no siempre fue un sujeto «nacional». Es un organismo que sufrió ataques, degradaciones y abortos que afectaron a su ser, el cual es un ser histórico,cambiante. La Hispania germanogoda sufrió, ya arrancando el siglo VIII, el primero: era un estado no nacional que habría podido conocer una evolución paralela a la de otros reinos semibárbaros del Occidente posterior a 476. Pero no fue así: la conquista musulmana abortó sus trayectorias «normales» (como señaló Sánchez-Albornoz o más recientemente Armando Besga).
La verdadera España surge de la Reconquista, es heredera del Reino de Asturias y de su continuación, la monarquía leonesa. Lo es incluso en la órbita aragonesa-mediterránea, deudora también del ideal asturiano, a pesar de su relativa marginalidad respecto al proyecto restaurador de los reyes caudillos. De la España «asturiana»(o leonesa) surge directamente la España imperial, aquella que gozó de mayor vigencia, continuidad e impulso, una España imperial, también pre-nacional, que nace con los Reyes Católicos, quizás los mejores gobernantes de nuestra historia. Con ella se aplica con lógica católica (universalista) durante tres siglos.
El nuevo episodio abortivo tuvo lugar con el cambio de dinastía, de los Habsburgo a los Borbones. Este cambio, operado durante los años 1701-1713, fue en realidad fruto de una guerra mundial inter-europea de cuyo resultado se logró hacer del Imperio Español un imperio subalterno. Los franceses e ingleses lograron inculcar en los españoles un desprecio hacia su propio imperio y su propia cultura, un imperio que no podían destruir de golpe pero sí subordinar.
Fue con los borbones (familia extranjera que ocupó su trono en Madrid) que comenzó la deshispanización no ya sólo de aquello que hoy se conoce como España (la Península) sino de toda la Hispanidad. El criollo americano, a veces rubio y de ojos azules, se sentía heredero de Moctezuma, y el andaluz con apellido gallego, quiso ser un descendiente de los moros, y el castellano aprendió a bailar flamenco y notar sangre gitana y morisca en sus venas… Con esto comenzó un falseamiento identitario que las logias extranjeras y los monarcas borbones y sus camarillas propiciaron. Aún así, hasta bien entrado el siglo XVIII el Imperio de España no cesó de aumentar en extensión y de progresar en su misión civilizadora. Pero el cáncer, como siempre, anidaba en la propia camarilla madrileña.
España se jodió del todo cuando la guerra civil se hizo costumbre y aprendimos a odiarnos los unos a los otros. Las guerras carlistas respondieron a visiones irreconciliables con respecto a lo que debe ser una comunidad política organizada. El liberalismo era esencialmente incompatible con el ser de España. Eso no quiere decir que yo defienda a los carlistas (sería anacrónico) pero sí que considero que el liberalismo fue para España un virus de origen extranjero que provocó en nuestra sociedad efectos devastadores.
La guerra de 1936-1939 volvió a ser una guerra entre tradición y extranjerismo, como las carlistas, pero inserta ya en un contexto mundial de lucha entre liberalismo, bolchevismo y fascismo, las tres primeras teorías políticas en términos de Aleksandr Duguin. Hacía ya mucho tiempo que los españoles estábamos siendo cizañados. Mientras haya cizaña (como la sigue habiendo hoy) estaremos de rodillas ante el mundo. Hasta los marroquís acabarán cizañándonos.
La última operación para poner a España de rodillas y abortar una transición «propia», no teledirigida por el hegemón yanqui, fue el asesinato de Carrero. Ahí se jodió España con consecuencias que estamos viviendo hoy.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) April 2, 2024
¿Qué os lleva a escribir este libro, a caballo entre el ensayo histórico y el análisis político?
El amor a una España que nos frustra, que no está a la altura de su misión histórica, de su pasado con sombras, seguro, pero también con luces gloriosas. Nos mueve el temor a vernos envueltos en una guerra nuclear librada en suelo europeo. Nos mueve la indignación ante la mafia partitocrática, empezando por el PSOE, pero que se extiende a todos (¡todos!) los partidos creados desde el Régimen del 78 y que poseen representación parlamentaria. Nos lleva a hacerlo la posibilidad, más que evidente, de convertirnos en esclavos de nuestros vecinos (Marruecos, Francia) y en cobayas y tontos útiles de la Anglosfera. Amor y rabia por ver nuestra patria de rodillas. Odio y asco por comprobar que el país está lleno de traidores, de ratas de cloaca y de lelos, que les siguen y les hacen caso…
Una cuestión constante en vuestro libro es la España atlántica como alternativa a la mediterránea. ¿Por qué debe pivotar nuestra geopolítica hacia el Atlántico?
Una unidad política significativa posee siempre un «centro anímico», un núcleo que irradia energía y voluntad. En los Picos de Europa, en la gruta de Covadonga está: muy cerca, al norte, está el Atlántico, del cual el mar Cantábrico es provincia. De allí salieron buques «fáusticos» (como diría Spengler) a pelear en el mismo Támesis a finales de la Edad Media. De allí salieron nuestros mejores marinos para recobrar Andalucía, en manos de los moros, y después, las Américas, en parte dominadas por imperios genocidas, caníbales y explotadores. La periferia (entonces periferia) aragonesa-mediterránea sólo pudo servir para contener la agresividad berberisca-otomana. La condición mediterránea de España sólo causó problemas a la entidad imperial de la cual procedemos.
En cambio, «la luz del norte», la España que al norte conquistó mundos y al sur recuperó estepas (las de Castilla) fue siempre grande, muy grande. La geopolítica extranjerizante ha insistido en hacernos «más mediterráneos» de los que somos. Lo somos en parte, pero sólo en parte. Hay que reconquistar la amistad de los iberoamericanos y portugueses. Como «intercambiador» entre África y Europa («África comienza en los Pirineos») siempre nos despreciarán esos que llaman «nuestros socios y amigos». Anglos, galos y germanos siempre serán felices viéndonos como magrebíes de la orilla norte.
Acusáis a la iglesia católica (mejor dicho, a la jerarquía vaticana contemporánea) de haber sido un actor clave en la demolición de España…
Hoy en día la iglesia como institución formada por jerarcas y funcionarios (en parte) corruptos, sigue deseando estar cerca del poder. La iglesia le debe mucho a España: su pervivencia como comunidad universal (católica) y no como simple secta romana. Predomina una ideología mundialista y protestante, una mentalidad oenegista. Están colaborando con el negocio de los taxis-patera y en la importación de mano de obra barata procedente de África. No están plantando cara verdaderamente a la ideología de género…Un desastre.
¿Es el asesinato de Carrero Blanco por parte de la CIA y sus consecuencia el polvo del que devienen los lodos que hoy nos anegan?
Como ya hemos insinuado hace un momento, al menos en lo que se refiere al Régimen del 78, es así. La partitocracia corrupta, la redacción de un texto constitucional disfuncional y deliberadamente ambiguo, la sumisión a la Anglosfera y a una franquicia suya, franco-alemana, ponernos de rodillas ante nuestro enemigo objetivo número uno, Marruecos, todo para que esa Anglosfera controle el Estrecho; la degradación moral de la población, su pérdida de identidad. Éramos la novena potencia económica mundial y ahora somos el paraíso de la droga y el sexo fácil, un puticlub muy grande donde se adquiere la nacionalidad, el chute y las furcias a precio de saldo. Carrero sabía que España debía estar en Occidente, y había que bregar con su hegemón, pero no le permitieron ser un De Gaulle del Cantábrico. Si Prada ha llamado al ISIS «la CIA con chilaba», o algo parecido, cabe decir que la ETA siempre fue la CIA (y el MI6) con txapela y pasamontañas.
¿Cuál es el papel de Marruecos en la demolición de España?
Determinante. Marruecos va a acabar destruyendo la nación. Tenga usted en cuenta que Marruecos no es sólo un sultanato norteafricano, un despotismo vergonzoso a las puertas de Europa, mimado por Bruselas y los useños. Con Marruecos pasa lo mismo que con la entidad sionista llamada Israel: el sultanato en cuestión representa la bota de los yanquis y de los sionistas puesta encima de nuestra cabeza.
A través del déspota Mohamed VI, los norteamericanos le hacen la guerra comercial a España, debilitándola. Sus espías colaboran seguramente con la CIA tratando de detectar «islamofobia» mientras van metiendo millones de súbditos de un sultán, súbditos a los que pagamos los recibos y los estudios en buena medida. Esos súbditos del sultán condicionarán más y más la política nacional, haciéndola cada día más sumisa a los dictados del hegemón. El nivel cultural desciende y la cohesión cultural y étnica de nuestro país se fragmenta, dejando para siempre nuestra soberanía fuera de juego. Toda Europa sufre este proceso, pero la invasión especifica de súbditos de un sultán extranjero es una invasión especialmente marroquí en nuestro caso.
Caso especial pues tenemos fronteras directas con un país ante el cual Sánchez se ha puesto de rodillas. Gran parte de la izquierda pero, también, una parte de la derecha, son unos chupadores de chilaba cuando antes se les llamaba tiralevitas. Corren tras los millones que huelen a majzén. Son peor que las furcias, personas que merecen mucho más respeto que estos políticos.
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— Letras Inquietas (@let_inquietas) November 14, 2023
¿Tiene algún papel el ejército en la España de hoy más allá de ser una comparsa de la OTAN?
Ninguno. No somos capaces de controlar nuestro propio territorio. No podríamos defender las Canarias y Ceuta y Melilla ni siquiera durante 24 horas. Su Alto Mando no tendría autorización de Bruselas y Washington para abrir fuego ante una nueva «marcha verde». Si los acólitos de Puigdemont hicieran su propia «marcha verde» en Barcelona, ni el ejército ni la guardia civil tendrían permiso para reprimir la alta traición. Ya lo pudimos comprobar con el barco Piolín. Un solo muerto, y Europa y «Occidente» se te echan encima. Es lo que tiene ser colonia. España es colonia de USA, la Unión Europea y del Sultanato.
¿Fue el 23-F una operación para liquidar el contrapeso militar en nuestras instituciones?
Creemos que fue algo más complicado. El Emérito estaba a sueldo de la CIA mucho antes de llegar a ser rey. Fue una pieza clave para que estemos ahora de rodillas, malviviendo como una colonia en donde todo el mundo pueda aparcar y drogarse, a tener sexo gratis, tomar el sol y comer paella y «pescaíto frito». Una parte del ejército ya estaba en contacto con los americanos en vida de Franco, cuando este envejecía y se preparaba una «transición». Americanos, franquistas oportunistas y el Campechano: estos nos trajeron el Régimen del 78, y muchos enigmas del 23-F se resolverán a medida que la agonía infecta del propio Régimen del 78 se vaya desplegando. El tiempo acaba revelándolo todo.
¿Por qué se ha promovido desde las instituciones del Estado los nacionalismos centrífugos?
En este tema, creemos que la cosa viene de lejos. La aberración del «Estado de las Autonomías» no tiene nada que ver con un verdadero y sano regionalismo. Los caciques de Bilbao y Barcelona llevan siglos mangoneando a medias con los mayores caciques de todos, los de Madrid. Las oligarquías, ya sean centralistas o periféricas, están saqueando España. Llevamos dos siglos así. Habría que detener a cientos de personas por traición y malversación, y entrar a tiros en las instituciones desleales. Pero no hay voluntad. Miren a Madrid: esa es la fábrica de separatistas.
Por último, ¿estamos a tiempo de parar la demolición de nuestra nación? ¿Cómo podríamos evitarlo?
El tiempo se acaba. El pueblo se idiotiza y se desnaturaliza: un sistema educativo fracasado y venenoso, y unas fronteras abiertas. No hay recursos para una «insubordinación fundante»: cada vez es más difícil rehacer la industria nacional. Tendría que haber comités populares que tomaran al asalto las instituciones y un consejo de sabios sin ideología, sólo armados de ciencia y patriotismo, que hiciera las veces de gobierno. Y después, después de un siglo o siglo y medio de reconstrucción, volver a ser lo que debiéramos ser. Algo al margen de cualquier partido o palanca emanada del Régimen del 78.
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