Tras la aparición el año pasado de Cinema Giallo (1962-1987): 25 años en el ojo del laberinto, el autor aragonés presenta su nuevo libro de temática cinematográfica: Cinema Péplum (1958-1965): El octenio dorado del cine colosal europeo, publicado por Ultima Libris. El escritor Fernando Alonso Barahona firma el prólogo.
Cinema Péplum (1958-1965): El octenio dorado del cine colosal europeo (Ultima Libris, 2023) aspira a llenar momentáneamente el actual y relativo desfase bibliográfico existente en torno al cine “peplumita”, al menos desde una perspectiva netamente cinéfila y no sólo historiográfica (a la que no obstante han contribuido autores de la calidad de Rafael de España). En nuestro esfuerzo por estudiar los subgéneros cinematográficos europeos del pasado siglo, y tras entregar el año pasado un libro que tuvo buena acogida (Cinema Giallo (1962-1987): 25 años en el ojo del laberinto, con una calificación de 4 estrellas sobre 5 en la revista Fotogramas, nº 2150, diciembre 2022), le toca ahora el turno al llamado “cine de romanos”.
Estas películas, producidas en el ámbito mediterráneo desde mediados de los años 50, supusieron un acontecimiento felicísimo para el gran público. Junto al interés por el reclamo comercial propio de cada una de las producciones, afloraba el factor positivo de ofrecer una alternativa cultural popular, por lo general abrevando de forma bastante atenuada en los clásicos literarios del canon greco-latino. No obstante, el Péplum difiere sustancialmente del llamado “cine histórico”, como veremos a continuación.
En efecto, al afrontar el estudio de los géneros audiovisuales, el cine histórico puede ser reconocido como un género audiovisual autónomo gracias a títulos canónicos como Los diez mandamientos (Cecil B. DeMille, 1956), El Cid (Anthony Mann, 1961) o La caída del Imperio romano (Anthony Mann, 1964): por su peculiar ambición temática y acabado formal, la disparidad de estas entregas impide ordenarlas dentro de los cauces del subgénero Péplum, y decimos subgénero, por cuanto abre una bifurcación en el género matriz, que sería el propiamente.
No obstante, las líneas identificativas y vinculantes se siguen tensionando, pues algunas películas podrían pasar, bajo cierta perspectiva icónica, cual meros pepla, aunque por defecto tampoco podemos alinear propiamente tales filmes en las coordenadas del Péplum, aunque anticipen éste… sin terminar de definirlo; ahí tenemos títulos clave del “cine de romanos” como Quo vadis? (Mervyn LeRoy, 1951) o El cáliz de plata (Victor Saville, 1954), realizados en el sistema de estudios de Hollywood… Ítem más, el Péplum adquiere su seña de identidad característica en cuanto es mediterráneo, fenómeno pues típicamente europeo, y surge antes de nada de una hibridación y un enfoque renovado, sin los prejuicios y los complejos inherentes al mercado anglosajón.
La definición convencional, en cualquier caso, alude a este género cinematográfico muy generalmente y en base a su condición de aglutinante misceláneo de las películas de aventuras ambientadas por lo general en la Antigüedad, aunque también se incursione de vez en cuando en la Alta Edad Media. El término péplum lo utilizó por primera vez el crítico francés Jacques Siclier en la revista Cahiers du Cinéma, en un artículo titulado “L’ âge du péplum”; era el año de 1962. Desde entonces, la Antigüedad ha encontrado en este tipo de productos un buen soporte de imágenes y tópicos recurrentes fieles a una dimensión estética entre sugestiva y fabuladora, pero reconocible, la cual iba a permitir llevar a cabo este tipo de exploraciones audiovisuales, dejando amplio margen de maniobra creativa a los guionistas y realizadores.
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— Ultima Libris (@UltimaLibris) October 7, 2023
Cinema Péplum (1958-1965): El octenio dorado del cine colosal europeoes una obra cinéfila antes que historiográfica: su aspiración definitiva, de bosquejo abierto y no concluyente, no es otra que la de procurar comunicar el interés, o a lo sumo la pasión del espectador, por unas piezas a menudo arqueológicas, pero siempre gratificantes de ver, incluso capaces de soportar un visionado atento.
Algunos críticos e historiadores con ínfulas, con todo, suelen imputar al cinéfilo adicto a estas películas la condición de “ente masoquista”, pues muchos de estos intelectuales aseguran que visionarlas es sufrirlas, tal es su tediosa y cargante entidad (según ellos, claro). No suscribiremos tamaña apreciación negativa, pues de la copiosa relación de títulos, al menos una tercera parte merecen preservarse y/o salvarse de una hipotética “quema”.
Todo esto viene a confirmar una vez más lo que ya defendimos en otro artículo, a saber: que la curiosidad por el pasado antiguo perdura intacta, y no sólo entre los lectores de “novela histórica”, sino incluso también entre los aficionados a los tebeos con reclamo “histórico” de por medio.
Estas cintas menores, guste o no, siempre tendrán su público, pues son un magnifico testimonio de una época perdida para siempre, en la que se hacía un cinema digno y exportable, pensado por sobre todo en la necesidad interior del público por pasar un rato agradable… ¡Lo cual no es poco! Y sí, haciendo estas películas, aquellos artesanos de buena memoria, como Pietro Francisci, potenciaban unas maneras de vivir el hecho fílmico hoy por hoy totalmente extintas, puesto que –¡cosa insólita hogaño!– se respetaba la inteligencia del público, ofreciendo un bonito muestrario de héroes y epopeyas que no debemos dejar caer en el olvido, del arco que va de Hércules al bueno de Maciste, pasando por Ursus y tantos otros forzudos entrañables que, de tarde en tarde, acuden a mi memoria.