Si el «gran jefe» pega un puñetazo en la mesa y tiembla el misterio, por algo será. Cuentan, aunque toda comparación en este caso es imposible, que en los últimos días de la II Guerra Mundial, cuando las tropas aliadas se paseaban entre las ruinas de un Berlín apocalíptico los gritos histéricos del dictador alemán se oían hasta fuera del búnker donde se refugiaba.
Obviamente, no es comparable esta reacción de un jefe de estado con los gritos y puñetazos de un mamarracho tan psicópata como el jefe nazi, pero de una talla ínfima ante una historia, que a diferencia del primer mencionado y de todos los demás dementes que conformaron tristemente esta peripecia mundial a lo largo de los siglos, este payaso solo será un vacío absurdo dentro del género humano.
Cuentan los que recogieron y filtraron las grabaciones a la opinión pública que este chulo de discoteca que tanto encandila a maricones que son capaces de llamarle tío bueno en público desde, por ejemplo, la sede de la Comunidad de Madrid, está decidido a callar bocas y a perseguir medios, instituciones y personas que sigan apabullando de forma continuada a Begoña/o, él la llama «pichona», aunque la pega más «pichón», también a su hermano, el sinvergüenza de «la batuta a control remoto» y a su cuñada una japonesa que de repente ha aparecido también y parece tener papel en esta trama de corrupción familiar tan vergonzosa y cutre como toda la mierda que arrastra el «puto amo» de casos graves de todo tipo y variedad de delitos.
Quiere defender a «la pichona» y no se para en medios para lograrlo, incluso es capaz de mentir delante del juez Peinado y ante la pregunta del magistrado sobre si conocía al empresario Barrabés, contestar que no. No pasa nada, pero mentir ante un juez cuando éste ha formulado una pregunta, según el código penal, tiene pena de cárcel, aunque repito que no es el caso, pero no se confíen y si ustedes se encuentran delante de un juez mejor digan la verdad por lo que le pueda pasar.
Pues lo que les digo, la defensa de Begoña/o se ha puesto en manos del mamporrero oficial del partido mafioso, Santos Cerdán, antes de simultanear el ventilador de mierda con las «felaciones» al prófugo de Waterloo, era un simple y gris electricista convertido en un «Hoover» de pacotilla, en un país de sainete que podría, con casos como este, ser título y argumento de una obra de Arniches: La Pichona y «El Chispa».