Yoel Meilán: Nos encontramos en la presentación de tu libro, Los Deicidas. ¿Por qué el título? Los deicidas es un defecto curioso y complejo.
Guillermo Más: Pues es verdad que es un concepto particular, porque no sé exactamente cuál sería la traducción a otras lenguas, pero en español es muy clarito, “los que mataron a Dios”. En ese sentido, a mí me llamaba la atención que nadie se le hubiera ocurrido, que es el mejor adjetivo para nombrarnos, el mejor epígrafe de lo que somos todos los que hemos nacido después de que Nietzsche y otros, antes que Nietzsche, dijeran que Dios ha muerto. Entonces, como el libro trata de captar el espíritu de la época, creo que es el título que mejor lo sintetiza.
Y.: Nietzsche decía que “Dios ha muerto, nosotros somos los asesinos, ¿Quién nos limpiará de la sangre?”, pero al mismo tiempo, durante la presentación, también has remarcado que la posición no es exactamente una posición nietzscheana clásica. Me gustaría que nos explicases un poco esa diferencia, ¿Qué matiz le das tú a la idea de “deicidio”?
G.M: Claro, el subtítulo es muy nietzscheano, más allá de la realidad y la ficción, más allá del bien y del mal, da un poco el juego en eso. Pero claro, Nietzsche está muy anclado a su época, Nietzsche no percibió toda esa tecnología, esa tecnociencia, que es uno de los signos característicos de nuestra época y de las cuestiones de las que más se quiere ocupar el libro, así que podemos decir que no es que esté en desacuerdo con Nietzsche, porque Nietzsche se equivocara en algo en mi opinión.
Por cierto, es muy interesante que diga, “Dios ha muerto” y no “Dios no existe”, que son cosas distintas. Sino que el pobre Nietzsche que murió y además de qué manera murió, no le alcanzó para ver muchas cosas que nosotros sí.
Y.: En el libro y también la presentación se hace una especial fijación en la idea de la máquina, de la técnica. Esa diferenciación entre lo esencial y lo mecánico. ¿Podrías matizarme por qué esa mecanización representa la pérdida de la esencia, del espíritu?
G.M: Básicamente, los seres humanos estamos perdiendo aquello que nos constituye como humanos, que es una aspiración a la belleza, al bien, a la verdad. Esos valores se han ido poniendo en crisis y, paralelamente a la crisis de estos valores, hay un crecimiento de lo técnico, de lo científico, que es fruto de la Primera y la Segunda Guerra Mundial en Europa o de guerras como la Guerra de Vietnam, de las derrotas de Europa o las derrotas de Estados Unidos y de cómo a partir de esas derrotas se van generando nuevos inventos como la cibernética que entran de lleno en nuestra vida cotidiana.
Entonces, en ese sentido, mientras entran de lleno y van apoderándose nuestra forma de vida, nosotros también vamos dejándonos llevar por la crisis de valores, de forma que cada vez somos menos humanos y las máquinas “más humanas”.
Y.: Algo característico de los seres humanos es la invención, el progreso, la creación. ¿Entonces, cuál sería ese elemento que diferenciaría una tecnología esencial, como el arado, por ejemplo, a esta tecnología que genera esa disociación?
G.M: La artesanía, la pérdida del oficio del artesano. En el momento en el que se vuelve algo industrial, el objeto, como diría Walter Benjamin, pierde el aura. Ya no solo el objeto artístico, sino que el objeto pierde el aura. Pero el problema es que ya no estamos en la época de Walter Benjamin, donde la obra de arte pierde su aura porque se ha vuelto algo que se puede producir de manera industrial, no de manera artesanal. Aunque obviamente, Walter Benjamin habla de un problema que ya está en la Edad Media, que ya está en el Renacimiento.
El problema es que las personas, precisamente por esa crisis de valores y por esa automatización del comportamiento, estamos perdiendo nuestra aura en nuestra vida. En ese sentido, creo que una producción artesana es precisamente un fruto del espíritu, una producción industrial es algo que desdeña por naturaleza lo espiritual.
Y.: Esa es una aproximación casi marxista, la fetichización de la mercancía, ¿No?
G.M: Bueno, con la diferencia de que un marxista no hablaría de espíritu, porque son materialistas, entonces, es una pequeña gran diferencia, pero bueno en algunos puntos, claro que hay aproximación. En ese sentido, yo considero que el marxismo es parte del problema, como lo es el liberalismo, pero eso no significa que no haya herramientas en las que pueda estar de acuerdo con ellos o reconocerles un valor crítico.
Y.: De acuerdo con tu punto de vista, ¿Podríamos decir que hemos matado a Dios a través de cadenas de montaje?
G.M: Sí, de alguna forma, cuando se empieza a matar en Chicago de manera industrializada, cerdos. Se acaban matando humanos en Auschwitz de manera industrializada y ese es el mayor crimen que los hombres pueden cometer no solo contra sí mismos, sino contra Dios, refiriéndome a lo que cada uno llama a Dios, a la trascendencia, a aquello que está por encima de los hombres.
Y.: Centrándonos en algo más comercial ¿Cuáles son los 2 o 3 argumentos para que alguien comprase el libro?
G.M: Uno, porque no lo van a recomendar en El País. Dos, porque lo he escrito para que solo me interese a mí lo que quiere decir que está hecho para los demás. Y tres, porque no se parece a nada que se haya escrito en lengua española hasta ahora, para bien y para mal.
Y.: Poniendo “Los Deicidas” en relación con otro de tus libros, “La traición de los europeos”, en el que también tratas el tema de la tradición. ¿Hasta qué punto esas dos obras están conectadas? ¿Sobre qué grandes elementos pivotas últimamente a nivel intelectual?
G.M: La traición de los europeos es un manual y es, digamos, una síntesis de muchos años de estudio de los temas que me interesan, que eran tradición, modernidad y crítica cultural, estructurados cronológicamente. Qué es la tradición, que era lo más largo y lo recorté, para que acabase siendo la parte más corta del libro. Qué es la modernidad. Y cómo se ve la modernidad última a través de su crítica cultural, que es, por cierto, lo que hago en Diario Hércules, seguir escribiendo sobre crítica cultural.
“Los Deicidas” retoma ahí donde me quedé y en vez de mirar la modernidad última a través de la crítica cultural, la miro a través de los hechos más fundamentales, que para mí son el desarrollo de la cibernética, el desarrollo de la bomba atómica y el desarrollo de los experimentos de control mental, por decirlo de alguna forma, y cómo esos 3 proyectos militares de la Segunda Guerra Mundial se meten en nuestra vida civil.
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