A través de diversas formas narrativas –¡y un poema!–, Emilio Domínguez Díaz nos lleva con su obra Padre Huidobro, héroe de almas legionarias (SND Editores) al mundo de la disciplina legionaria en una continua demostración de valores, principios y la columna vertebral que configuran los espíritus del Credo Legionario.
En esta ocasión, el autor acertadamente va acompañado del padre don Fernando Huidobro Polanco, capellán castrense de la IV Bandera Cristo de Lepanto durante varios meses de nuestra fratricida guerra, con una obra directa, concisa y fácil de leer ahora que nuestro mundo y tiempo se ven desbordados por la proliferación de pantallas e impactos visuales que nos distraen o alejan de largas y densas lecturas. De manera casi inintencionada, la invitación al mundo de las Letras está cursada por el doctor en Humanidades y profesor Domínguez. Propósito conseguido.
Dividida en capítulos muy dispares que dan agilidad al acercamiento al páter, el autor se atreve incluso con una poesía. Como en el resto de páginas, sus versos tienen como finalidad destacar vida y obra, virtudes y valores, pensamiento y acción de un protagonista, el padre Huidobro, cuya beatificación lleva siendo promovida con fuerza desde enero de 2021 no sólo por la comisión histórica creada para tal efecto, sino también por la continua devoción legionaria –ratificada en una misiva de la Legión a Roma en 2019–, el trabajo de nuestro autor y el progreso de la reapertura del proceso, a su vez concretado con la reciente finalización de la Fase Diocesana antes del establecimiento de la positio en la Fase Romana y la exhumación de sus restos.
Emilio Domínguez Díaz es el autor de ‘Padre Huidobro‘, una biografía del capellán de la Legión Fernando Huidobro Polanco, S.I. (1903-1937), caído en combate durante la Guerra Civil en la Cuesta de las Perdices, en las afueras de Madrid. Un obús estalló cuando confesaba a un legionario que agonizaba. El 8 de enero de 2021 el cardenal Carlos Osoro, a la sazón arzobispo de Madrid, abrió oficialmente su proceso de beatificación.
En una primera parte con la semblanza de la vida del «curita», como así le llamaba la tropa legionaria, se detallan aspectos de su infancia, familia, estudios y exilio. El padre Huidobro, tras la salida de España de los jesuitas, se instaló en Marneffe (Bélgica) a principios de 1932 y, a la sombra del prestigioso filósofo Martin Heidegger en Berlín y Friburgo, se doctoraría en la Universidad Complutense de Madrid antes de ofrecer sus servicios a la Patria en julio de 1936 cuando, residiendo en Francia, fue conocedor del repentino estallido del conflicto.
Los hechos relatados en el campo de batalla nos dirigen directamente a él, a su figura como sacerdote y acometividad como legionario, y están escritos con detalles que llevan al lector a participar del desgarro de la guerra o las sensaciones derivadas del miedo, el hambre o el frío. En primera persona, bien pudo dar fe de todo lo acontecido.
Sin embargo, toda la oscuridad de los combates y penurias queda iluminada por la fe y alegría del páter, por su caridad y compasión ante unos y otros, por la cuestión premonitoria de que la muerte anda cerca, del hecho de morir por la salvación de la Patria a modo de inmolación para poner fin a la sinrazón de una guerra entre hermanos.
El libro es objetivo, muy bien documentado, con innumerables referencias bibliográficas y testimonios de todo tipo que demuestran la autenticidad del capellán de la concordia, del sacerdote que apostó y se atrevió con esa conciliación ajena al odio de aquellos trágicos momentos o, desgraciadamente, presentes enfoques, conjeturas e historias de ficción –las de historiadores como Paul Preston– que no hacen más que tergiversar y confundir una realidad atestiguada por los allí presentes, como deja entrever Domínguez en el certero capítulo dedicado a la corrosiva mentira histórica.
Ha llegado la hora de acabar con artículos difamatorios impregnados de una sarta de mentiras y su envenenada dosis de revancha ideológica que desdicen relatos y documentación oficiales como los que se pueden hallar en cajas con legajos y documentos en distintos enclaves españoles e italianos, castrenses y jesuíticos, tras una rigurosa lectura en pos de que la verdad histórica triunfe.
Por último, las alusiones al padre William Doyle (1873-1917), sacerdote católico irlandés abatido en la Primera Guerra Mundial. Sus acciones y muerte en el frente francés servirían de paradigma a los capellanes jesuitas españoles que, durante la guerra, sirvieron en la Legión con el poder de su férrea disciplina jesuita, su compromiso espiritual y la exclusiva fuerza del crucifijo empuñado entre las trincheras. Además, siguiendo el ejemplo de Irlanda con Doyle o del padre polaco San Maximiliano Kolbe (1894-1941), no sería descabellado sugerir que la historia del padre Huidobro bien podría llevarse a la gran pantalla como serie, película o documental para, cinematográficamente hablando, dar empuje a sus virtudes y valores ante la indigna e insidiosa pretensión de algunos historiadores carentes del rigor y contundencia de la fiabilidad de los testigos o el peso de la bibliografía y hemeroteca.
Esa fortaleza es la que ha conseguido que, tras el apagón de la causa de beatificación con la muerte del padre Valdés, antiguo vicepostulador, en 1987, las cenizas de este Siervo de Dios resurjan con inusitada intensidad en un presente que infamemente presume de alabar a villanos mientras vilipendia las gestas de los que dieron su vida por España.
Los caídos de cualquier guerra y cualquier bando merecen el respeto que otorgan los campos de batalla, no la sesgada y dirigida opinión del historiador de turno. No todo vale en el intento de emponzoñar el glorioso adiós de héroes como el padre Huidobro.