Treinta mil kilómetros recorridos, treinta y seis meses de trabajo, ochenta horas de conversaciones, cientos de llamadas telefónicas, decenas de noches sin dormir, docenas de libros leídos, miles de consultas, de peticiones y de súplicas.
Todo esto y una ingente cantidad de voluntad el ingrediente más importante de todos para cualquier empresa que merezca la pena ha sido necesario para poder terminar este libro que tú, lector, tienes ahora entre las manos. No importa el motivo que te haya llevado a querer sumergirte en las páginas que siguen: ¿curiosidad? ¿Interés histórico? ¿Detalles morbosos de guerra y muerte? ¿Historias asombrosas con final de película? Eso poco importa.
Yo te voy a contar, con tu permiso, con lo que te vas a dar de bruces si sigues leyendo. Lo que vas a encontrar es, simple y llanamente, una serie de testimonios veraces y directos de cincuenta hombres que estuvieron en la División Azul. Lo que vas a encontrar es el testamento histórico de cincuenta señores nonagenarios y centenarios que, en el ocaso de sus vidas, han recordado que una vez fueron jóvenes y se fueron al último confín del mundo a luchar contra el comunismo.
Lo que vas a encontrar son las vivencias de guerra y amor de unos padres y abuelos que, hace casi un siglo, fueron a las gélidas estepas de Rusia dispuestos a morir y a dejar sobre la nieve y para siempre su juventud, sus esperanzas y su porvenir por un ideal. Lo que vas a encontrar es una colección de voces que, casi al unísono, recitan versos de fuego y hielo y que parecen querer decirnos, con la voz entrecortada, cansada y lejana, que hubo un tiempo en que no se tenía nada si no se tenían convicciones. Poco importaba, para aquella generación, el dinero, la fama y el poder; lo único verdaderamente capital era la palabra dada, el afán de servicio, el amor a la patria, la dación y el compromiso.
Conceptos abstractos que hoy parecen vacuos y carentes de significado. ¿Quién se dejaría, en los tiempos que corren, la piel en campos de batalla lejanos e inhóspitos por la mera obligación que impone el imperativo categórico? ¿Quién renunciaría a todo lo que tiene y a todo lo que podría llegar a tener a cambio de obtener la satisfacción del deber cumplido? Tienes, lector, la posibilidad de conocer, negro sobre blanco, las vivencias de unos hombres que tomaron parte en una de las últimas guerras de la historia de la humanidad en que la gente luchaba por motivos románticos, abstractos y de imposible aprehensión puramente racional.
Lee, lector, este libro, pues yo no voy a hacerlo más. Tengo clavadas en el alma todas y cada de las conversaciones que tuve con estos españoles de otra época. Recuerdo con amargor que, cada vez que me despedía de ellos, tenía la certidumbre de que no los volvería a ver jamás.
Eran despedidas de muerte maquilladas bajo una sonrisa cordial, eran adioses que se citaban en la eternidad. La mayor parte de las caras, horadadas por el tiempo, que aquí encontrarás fotografiadas ya no podrás volver a verlas mientras vivas. Ya no podrás podremos escuchar de nuevo sus voces y sentir que nos hablan de un mundo que solo podemos ya imaginarnos en blanco y negro. Tienes en tus manos, lector, los testimonios de los últimos cincuenta combatientes de la División Azul.