Un año más Eurovisión, desde hace unas décadas muestra de los ridículos patrios, con excepciones, llega a nuestro día a día, con su habitual polémica promocional, ahora trufada con la rancia política del discurso progre-feminista-inmersivo tan grato al morador de la Moncloa y su mariachi político-mediático. Así pues, es obligado hablar de Eurovisión.
No es que en el concurso de canciones-espectáculo que es hoy quede en entredicho el honor de la Patria, pero fastidia quedar mal. A nadie le gusta estar en la cola. Después del año pasado es fácil superarse, debieron pensar.
Para varias generaciones de españoles, como mínimo para los nacidos desde 1955, es una cita ineludible. Algunos tenemos en la memoria el triunfo de Masiel y de Salomé, y aquellos segundos puestos que no fueron número uno por decisiones de la superioridad y sus intereses políticos de cara al día después de Franco; los de Mocedades y Karina (no olvidemos el harakiri que nos hicimos con Betty Missiego).
Desde entonces ha llovido mucho y el número de representantes que han humillado el “honor patrio” con canciones esperpénticas o malas es amplio.
Eurovisión es hoy: canción-espectáculo, canción/interprete haciendo alarde de diversidad o balada muy bien construida (quizás ya habría que contar con la especialidad cantante-influencer).
Nadie desprecia, por otra parte, en el mundo de la música lo que supone de promoción y mercado, incluyendo la fórmula del concurso de selección que RTVE utiliza -es muy vieja, ya se hizo 50 años con Pasaporte a Dublín-.
Que nadie dude que el concurso/selección no es del todo “limpio”, hay un acompañamiento de promoción de los previstos ganadores donde juegan muchos intereses.
La canción se fabrica al gusto del poder y de la intelectualidad progre, frente a la opción de ir a las tendencias del momento. A veces no sale bien porque alguien muestra un talento especial al acertar el aparato de la industria en su selección previa con un lanzamiento comercial, pero es lo que se intenta.
Ya tenemos canción para este año, con todos los ingredientes gratos al discurso del poder: emponderamiento, reivindicación feminista, culos de maromos, título provocador, estribillo simple (zorra, zorra, zorra…) y crítica teórica al machismo y al machirulo… Y música fácil.
Estilo, pues el de Alaska/Fangoria, pero sin Alaska ni Nacho Canut, capaces de hacer himnos. Adelanto que no les ha salido y la canción será flor de un día, aunque pueda permanecer como aquella del tractor amarillo. Título sencillito: Zorra.
El mensaje es sencillito: a la chica que sale mucho, muy emponderada. La llaman zorra, y esta, en la estela de autoafirmación de Shakira, se reafirma en el valor de ser zorra. ¡Mejor imposible!
Cabría recordar, para enfriar a los del “discurso”, que ese apelativo no es privativo del macho, sino que es habitual en el lenguaje de los treintañeros llegando hasta los adolescentes, tanto entre el género femenino como en otros géneros… a veces sustituido por el de loba.
¿Qué puede salir mal?
Todo.
Primero, basta con ver como a coro los asistentes enfebrecidos con el ritmo repiten el estribillo, alentados por la cantante, gritándole -entonar es otra cosa- ¡zorra, zorra, zorra! Lo que me temo que poco tiene que ver con el pretendido mensaje de la canción. Veo posesos en plena fiebre nocturna gritando sin problema “¡Zorra, zorra, zorra!” a la chica sin que suponga ataque a la dignidad ninguno.
Segundo, la reacción ante la majadería de los diversos jurados del concurso, que van a ver y escuchar solo lo de “¡Zorra, zorra, zorra!” Y no van a asumir el pretendido mensaje reivindicativo-emponderante de “soy zorra, qué pasa”.
Y de paso, dejando a un lado la puesta en escena final, que ya veremos, que la cantante de Nebulosa ni afina ni entona correctamente, y que sus notas en los finales dejan mucho que desear.
Me parece que en Eurovisión no se pueden utilizar los recursos tecnológicos que arreglan esos desperfectos.
¿Qué puede salir mal?