Cerca de ochenta años después, todavía persiste el poso de una campaña más o menos oculta que tiende a responsabilizar a Pío XII por los actos cometidos por el nazismo contra los judíos. Dicha campaña ha deformado lenta pero firmemente la verdad histórica dando la impresión de que los católicos, la Santa Sede y el Papa, tuvieron algún tipo de responsabilidad en ello, ya fuere por acción o por lo menos por omisión.
El Papa cuyo pontificado, uno de los más difíciles de la historia, ha sufrido (y sigue sufriendo) un mayor grado de manipulación y de calumnia, con claros objetivos políticos. La defensa de su memoria sigue siendo fundamental dentro de la batalla cultural que libramos en nuestros días, pero, sobre todo, por el deber y la responsabilidad que tenemos con la verdad.
Una gran parte de los judíos supervivientes del Holocausto, así como muchos otros refugiados de guerra, tiene una deuda pendiente con Pío XII. Ninguno de los principales líderes o mandatarios del momento hizo tanto ni arriesgó hasta el extremo que el Papa Pacelli lo hizo por ellos. Pío XII merece agradecimiento, no culpa.
La mediocre obra ficticia El Vicario (1963), planeada y financiada por el KGB, archienemigo de la Iglesia Católica, ha sido uno de los más claros ejemplos de asesinato de la reputación de una personalidad pública en la historia moderna. Al poco tiempo de fallecer, Pío XII pasó de ser un Papa querido y respetado a convertirse en El Papa de Hitler, protagonista de una leyenda negra. Los efectos duran hasta nuestros días.