No. No busquen aquí el mapa con las isobaras, que esto no es un parte meteorológico.
Esta es una alerta contra el fascismo rojo que desde hace casi 50 años y mostrando diferentes nombres y caras, ha okupado poco a poco nuestro suelo patrio y ahora se lo pretende quedar.
El gas tóxico socialmasónmunista se ha ido filtrando por las rendijas constitucionales y está a punto de asfixiarnos, pero ahora los guardias del campo de exterminio no lucen en sus uniformes la negra cruz gamada, sino la estrella roja de cinco puntas dentro de un triángulo aplastado.
¿Cómo hemos llegado esta situación?
Pues sencillamente porque nuestras ingenuas leyes constitucionales articulan un sistema democrático supuestamente compuesto únicamente por ciudadanos decentes, sin tener en cuenta la existencia paralela de una buena parte de ciudadanos depredadores.
Craso error, porque el Mal existe. Claro que hacer leyes que permitan la convivencia de lobos y corderos en un mismo corral es bastante difícil, pero al menos siempre hemos de tener claro quiénes son los que tienen la intención y el instinto de comerse a los otros.
La marioneta Perro Sánchez (perdón por la errata, quise decir Pedro Sánchez) se nos aparece una y otra vez en el guiñol televisivo para convencernos de que los lobos no nos comerán si les damos carne suficiente, pero nos oculta que al lobo le produce más placer matar a los que no son de su especie, que comer.
El famoso escritor Aldous Huxley –entre otras obras notables y conocidas como Un Mundo Féliz– escribió en 1928 un ensayo social en forma de novela con personajes, titulado Contrapunto, de la cual les extraigo estos dos párrafos de su excelente prosa premonitoria:
“Mil hombres no tienen responsabilidad. He aquí por qué la organización es una cosa tan confortadora. El miembro de un partido político se siente tan a salvo como el miembro de una comunidad religiosa. Su partido puede decretar la guerra civil, la violación, la matanza; él hace alegremente lo que se le manda, porque no es a él, sino a su jefe, a quien cabe responsabilidad.”
“¡Ingleses Libres! —dijo—. ¡Camaradas! (Y al son de aquella fuerte, no forzada voz, hubo silencio hasta entre los espectadores ociosos que se habían juntado a ver lo que pasaba. Cargadas de una fuerza que no les pertenecía intrínsecamente, una fuerza que correspondía al orador y no a lo que decía, sus palabras caían, una a una, vibrantes y sonoras, en medio del expectante silencio que habían creado. Everard comenzó por elogiar la disciplina de los Ingleses Libres). La disciplina —dijo—, la disciplina voluntariamente aceptada, es la primera condición de la libertad, la virtud primordial de los Ingleses Libres. Los libres y disciplinados espartanos mantuvieron la raya a las hordas persas. Los libres y disciplinados macedonios conquistaron la mitad del mundo. A nosotros, ingleses libres y disciplinados, corresponde libertar a nuestro país de los esclavos que lo han esclavizado. Trescientos hombres combatieron en las Termópilas contra decenas de millares. En la lucha que nosotros tenemos que sostener, la desproporción no es tan desesperada. Vuestro batallón no es sino uno entre más de sesenta: un solo millar entre sesenta mil Ingleses Libres. Los números aumentan de día en día. Veinte, cincuenta, a veces cien reclutas vienen a incorporarse a nosotros todos los días. Nuestro ejército aumenta, el verde ejército de los Ingleses Libres. Los Ingleses Libres llevan uniforme verde. ¡Su uniforme es el de Robin Hood y de Little John, el uniforme de los que actúan fuera de la ley! Porque fuera de la ley actúan ellos en este estúpido mundo democrático. Fuera de la ley y orgullosos de su actuación. La ley del mundo democrático es la cantidad. Los que estamos fuera de ella creemos en la calidad. Para los políticos democráticos la voz del mayor número es la voz de Dios, su ley es la ley que gusta al populacho. Situados fuera de la ley hecha por el populacho, nosotros queremos el gobierno de los mejores, y no el de los más numerosos. Más estúpidos que sus abuelos liberales, los demócratas de hoy quisieran desalentar la iniciativa individual, y, nacionalizando la industria y la tierra, investir al Estado de poderes tiránicos tales como no ha poseído jamás, excepto tal vez en la India en tiempo de los mogoles. Nosotros, fuera de la ley, somos libres. Nosotros creemos en el valor de la libertad individual. Nosotros queremos alentar la iniciativa individual; porque nosotros creemos que, coordinada y gobernada en el interés de la sociedad en general, la iniciativa individual produce los mejores resultados morales y económicos. La ley del mundo democrático es la estandarización humana, es la reducción de toda la Humanidad al más bajo nivel común. Su religión es la adoración del hombre mediano. Nosotros, hombres fuera de la ley, creemos en la diversidad, en la aristocracia, en la jerarquía natural. Nosotros queremos suprimir todos los obstáculos suprimibles y dar oportunidad a todo el mundo, a fin de que los mejores puedan elevarse a la posición a que los ha destinado la Naturaleza. En una palabra, nosotros creemos en la justicia. Y nosotros veneramos, no al hombre ordinario, sino al hombre extraordinario. Podría continuar casi hasta lo infinito esta lista de los puntos sobre los cuales discrepamos nosotros, los Ingleses Libres, con los gobernantes democráticos de la que en un tiempo fue la libre y alegre Inglaterra. Pero he dicho ya bastante para demostrar que no puede haber paz entre ellos y nosotros. Su blanco es nuestro negro; su ideal político es nuestra abominación; su paraíso terrestre es nuestro infierno. Voluntariamente fuera de la ley, nosotros repudiamos su régimen, nosotros llevamos el verde uniforme de la selva. Y nosotros esperamos nuestra hora, esperamos nuestra hora. Porque nuestra hora está al llegar, y nosotros no tenemos el propósito de permanecer por siempre fuera de la ley. Tiempo vendrá en que las leyes serán hechura nuestra y la selva será el refugio de los que hoy están en el poder. Hace dos años nuestra banda era insignificante. Hoy es un ejército. Un ejército. Un ejército de hombres fuera de la ley. Y, sin embargo, mis queridos camaradas, un poco de tiempo más, y será el ejército de los que hacen las leyes y no de los que las quebrantan. Sí, de los que las quebrantan. Porque antes que podamos hacer buenas leyes tendremos que quebrantar las malas. Debemos tener el coraje de nuestro estado de hombres fuera de la ley. Ingleses Libres, compañeros fuera de la ley, cuando llegue la hora, ¿tendréis ese coraje?”
¡Ni yo mismo lo hubiera escrito mejor!
Ja, Ja. Me río por no llorar…